BLA, BLA, BLA, BLA, BLA…

Hace un par de días, en Las Canarias, se reunieron todos los consejeros autonómicos de Sanidad con la ministra del ramo. A eso se le llama Consejo Interterritorial de Salud, que es como la Torre de Babel, pero sin torre. Para no mentir, faltó el consejero catalán. Nada nuevo bajo el sol. Ya se sabe que Cataluña come aparte: en la Mesa de Negociación Estado-"Estado". Y come aparte para comer más.

Fruto de tan sesuda reunión ha sido un comunicado unánime en el que todos los consejeros, y la ministra Darías, abogan por la Atención Primaria como pilar básico de la salud de los españoles. Es más: van a constituir una Mesa de Debate para redactar un Plan de Atención Primaria que se presentará a una Subcomisión que plasme lo acordado en un Documento durante la próxima Cumbre. Cagoentosusmuertos y mitad del cuarto más.

Horroroso, lector. Horroroso. Si algo NO necesita la Primaria son más fotos, cumbres, documentos, mesas, debates, subcomisiones y planes. La Atención Primaria necesita un desfibrilador. Y ni siquiera con eso, seguramente, sería posible que el cadáver no acabase en la mesa del forense.

Bla, bla, bla, bla, bla, bla… El papel lo aguanta todo. Sois aburridos hasta decir basta. Sois previsibles en vuestra desfachatez. Sois repetitivos en vuestro desahogo moral. Sois hipócritas carentes de pudor. Sois estúpidos al creer que somos tontos. Palabras y más palabras. Pamplinas y más pamplinas. Palabrerías de político. Como si ya no estuviese todo dicho, todo diagnosticado, todo requetebienexplicado, todo requetebiensabido. Como si no supiéramos por qué 30.000 médicos y 35.000 enfermeros se han marchado de España a otros países. Como si no supiéramos por qué decenas de miles de profesionales de la Salud de entre 55 a 65 años estamos contando las horas que nos faltan para la jubilación. Como si no supiéramos por qué se han cerrado, o se van a cerrar, casi todos los consultorios rurales de la España vaciada. Como si no supiéramos por qué los médicos recién licenciados no escogen la especialidad de Medicina de Familia tras aprobar el MIR. Como si no lo supiéramos. Como si no lo supiéramos. Como si no lo supiéramos. Como si a estas alturas de la película nos hubiésemos caído del guindo.

Y así, año tras año. Década tras década. Foto tras foto. Ministro tras ministro. Consejero tras consejero. Gestor tras gestor. Papeles y más papeles. A la parálisis por el análisis. 

Dejaos ya de fotos y subcomisiones. Hablad con la verdad por delante: no tenéis dinero, ni voluntad política, ni ovarios, ni cojones, para tapar el agujero negro de la Atención Primaria. Sí, sí. El agujero negro. El agujero que hemos excavado los pacientes, los políticos y los profesionales de la Salud durante décadas y décadas. El agujero negro que, tras dos años de pandemia, lo ha engullido absolutamente todo: incluso la ilusión.

Pacientes impacientes que te agreden si no les satisfaces de inmediato; políticos que ignoran el problema; guardias de seguridad con el contrato cortado; y sanitarios que practican una carísima y peligrosísima “medicina defensiva” para evitar bofetadas o demandas.

Listas de esperas hospitalarias insoportables, pero sin consultas, o quirófanos, o ecografías por las tardes. Centros de Salud con una semana o diez días para que te atienda un médico, pero sin sustituir a los ausentes y cerrando las puertas en verano. Y con los teléfonos de citas colapsados.

Recetas a tutiplén para compensar los minutos que te faltan de charlar con el enfermo. Recetas en vez de tiempo. Recetas en vez de gestos. Recetas en vez de consuelo, de palabras amables, de negociación. Recetas y más recetas de medicinas caras, carísimas, y muchas veces ineficaces o peligrosas. Recetas. Papeles. Papeles. Recetas. Bajas. Más bajas. Y más papeles. Y más recetas.

Pacientes impacientes con toda la razón del mundo. Pacientes impacientes que se buscan la vida en la Medicina Privada. Los que pueden, claro. Los privilegiados funcionarios con Muface. Las clases altas. Las clases medias. Incluso las clases medias venidas a menos. Pero los otros pacientes, los de otras clases, u otra clase de pacientes, mueren como los taxistas: con el volante en la mano.

Pacientes que confunden valor y precio. Pacientes que piensan que la sanidad es gratis, porque no ven circular dinero al entrar a un Centro de Salud. Pacientes que piensan que la "gratuidad" carece de valor, y por tanto de importancia, y por tanto de respeto.

Políticos metidos a gestores sanitarios, gestionando lo que no entienden: electricistas, maestros, fontaneros, físicos nucleares, agricultores, abogados, concejales de urbanismo, tomando las decisiones importantes (las vitales) para la Atención Primaria. Son cargos electos. Eso justifica los errores.

Gestores sanitarios metidos a políticos: babosos con sus políticos-jefes, altaneros con sus subordinados; acríticos con las directrices recibidas, exigentes con los indios de las trincheras; más pendientes de que no se malogren sus carreras personales que de destacar en la gestión de lo público.

Sindicalistas inútiles, subvencionados, vendidos a los políticos de su cuerda, aunque ligeramente beligerantes cuando gobiernan “los otros”.

Profesionales mal pagados, y con sueldos diferentes según la Comunidad Autónoma donde hayan tenido la suerte o la desgracia de trabajar. Con contratos susceptibles de fusilar al amanecer al hijoputa que los ideó. Con la exigencia de aprender el catalán en las Islas Baleares para tratar un resfriado. Con la exigencia de aprender euskera para expedir una baja.

Y ya está, lector. No hay nada más. Los males de la Primaria se los sabe todo el mundo, o se los debería saber: pésima financiación europea, autonómica y estatal; déficit de contratación por falta de financiación; sueldos bajos por falta de financiación; elevada media de edad en la mayoría de las profesiones sanitarias; veintisiete reinos de Taifas; pacientes a los que hemos tratado como a niños durante décadas, y que ahora no saben solucionar una picadura de mosquito sin recurrir al consejo de un médico; pérdida del principio de autoridad del médico y del enfermero en favor del gestor, del político y del paciente; "gratuidad" mal entendida; demasiada burocracia; demasiada medicación; demasiada poca vergüenza; poco énfasis en los cuidados; y cuatro metros de derechos y dos milímetros de deberes.

Y con eso, todo está dicho. Vosotros, consejeros y ministros, ya os podéis ahorrar las subcomisiones, las mesas y los papeles. No hay gremio sanitario o no sanitario en España que no esté harto de vocear sus problemas. No hay Colegio Oficial que no los haya hecho públicos. No hay Sindicato de Salud que no pida soluciones. Es más: las Mareas Blancas exigieron lo indecible, y también las Plataformas Basta Ya, y las Asociaciones de Consumidores, y las de Jubilados, y la de Jesús Candel. E incluso en el Congreso de los Diputados, a finales del 2020, durante la pandemia, se llevó a cabo una larguísima y aburridísima comparecencia de expertos para explicar a los padres de la Patria cómo se habría de reformar España en materia de Salud. Aunque no dijeron cuándo.

Ya sobran las inútiles palabras.

Bienvenidos sean los hechos.

Firmado:

Juan Manuel Jiménez Muñoz.

 

Médico y escritor malagueño.